martes, 5 de noviembre de 2019

Agresividad: por qué ocurre y cómo solucionarla




¿Por qué a veces son tan agresivos los niños?
Aunque quizás no te lo creas, la agresión es una parte normal del desarrollo de un niño. Muchos niños, de vez en cuando agarran los juguetes de sus compañeros de clase, pegan a los demás, dan patadas o gritan hasta ponerse colorados.

Y es que los niños pequeños están aprendiendo muchas habilidades nuevas, desde sujetar un par de tijeras hasta pronunciar oraciones completas. Por eso, pueden frustrarse con facilidad y descontarse después con un amiguito.

Si tu niño empezó a ir a la guardería o al preescolar, también se está acostumbrando a estar lejos de ti. Y si se siente resentido o abandonado, podría vengarse empujando al próximo niño que lo moleste.

También podría ser que tu hijo esté cansado o tenga hambre, y como no sabe exactamente cómo manejar la situación, responde mordiendo, golpeando o manifestando su frustración a través de 
una rabieta o berrinche.

Incluso los niños más grandes y en edad escolar podrían seguir teniendo dificultades para controlar su temperamento. Además, tu hijo podría tener un problema de aprendizaje que le dificulte prestar atención o leer, afectando su desempeño académico y provocándole una gran frustración. O quizás algún golpe psicológico (como una enfermedad o un divorcio reciente en la familia) le esté provocando más dolor y enojo de lo pueda soportar.

Sea cual sea la causa de la agresividad de tu hijo, es probable que la supere a medida que vaya aprendiendo a usar las palabras para solucionar sus problemas, en lugar de los puños y los pies. La clave está en ayudarlo a darse cuenta, y cuanto antes mejor, que obtendrá mejores resultados si trata de dialogar en lugar de solucionar la disputa tirándole del pelo a su amiguito.
¿Qué debo hacer si mi hijo se comporta de forma agresiva?
Sé un buen ejemplo. Por más enojada que estés, procura no gritarle, pegarle o decirle a tu hijo que es malo. Si lo haces, en lugar de lograr que cambie su comportamiento, le estarás enseñando que está bien agredir verbal y físicamente cuando uno se enoja. Es mejor que le pongas un buen ejemplo controlando tu genio y sacándolo calmamente de esa situación, si te parece necesario.

Reacciona rápidamente. Trata de responder de forma inmediata cuando ves que tu niño se pone agresivo. Es tentador esperar hasta que pegue a su hermano por tercera vez antes de decir ¡ya basta!, especialmente cuando lo has reprendido una docena de veces en la hora anterior. De todas formas, es mejor dejárselo saber de inmediato cuando esté haciendo algo mal.

Llévatelo del lugar donde ha ocurrido la agresión para que pueda pensar. Para un niño en edad preescolar, tres o cuatro minutos separado de los demás es suficiente. La idea es que relacione su comportamiento con la consecuencia y que sepa que si muerde o chilla, se perderá la diversión.

Sigue tu plan. Siempre que te sea posible, responde al comportamiento agresivo con la misma consecuencia. Cuanto más predecible seas (“bueno, has empujado de nuevo a María; eso significa otro rato solito para pensar”), antes establecerás un patrón que tu hijo reconocerá. Eventualmente, se dará cuenta que, si no se porta bien, no podrá disfrutar de las cosas divertidas; y este es el primer paso para que empiece a controlar su propio comportamiento.

Incluso si tu hijo hace algo que te mortifica en público, sigue tu plan. La mayoría de los padres entenderán tu situación.

Habla de lo sucedido. Luego de que hayas apartado a tu hijo, espera a que se calme y después comenta con tranquilidad lo que pasó. El mejor momento de hacerlo es inmediatamente después de que se haya calmado, pero antes que se olvide de lo ocurrido (de 30 minutos a una hora después). Pregúntale si te puede explicar lo que desencadenó su reacción (“Juan, ¿por qué crees que te enojaste tanto con María?”).

Explícale que es natural enojarse a veces, pero que no está bien empujar, pegar, patear o morder. Sugiere otras formas de expresar lo enojado que está: patear una pelota, pegarle a una almohada, pedir la ayuda de un adulto o hablar de sus sentimientos, sin gritar: “María, estoy muy enojado porque me quitaste el libro”.

Otra forma de ayudar a tu hijo a manejar sus emociones es con el “tiempo de inclusión” (el lugar de tiempo de castigo). Cuando tu niño explote, interrumpe lo que estés haciendo y pídele que se siente junto a ti en algún lugar silencioso.

Si te lo permite, abrázalo o tómalo de la mano. Después de algunos minutos de tranquilidad, hablen brevemente sobre lo ocurrido y de qué otra forma sería mejor que hubiese reaccionado. La idea es que aprenda a reconocer y a comprender sus emociones al tiempo en que considera otras formas de expresarlas.

Ahora también es buen momento de enseñarle a alejarse de situaciones y personas que lo hagan enfurecer, hasta que sea capaz de pensar en una forma de reacción más aconsejable que los puños. Puedes ayudarle a controlar sus enojos leyendo juntos cuentos sobre el tema.

Premia su buen comportamiento En lugar de prestar atención a tu hijo solo cuando se porta mal, procura también hacerlo cuando se porta bien: cuando pide su 
turno en la computadora en lugar de quitarte el ratón, por ejemplo, o cuando le presta el columpio a otro niño que ha estado esperando.

Dile lo orgullosa que estás de él. Muéstrale que el autocontrol y la resolución de conflictos generan más satisfacción, y mejores resultados, que los golpes y empujones. Pon un calendario especial en el frigorífico o en la pared de su dormitorio, y márcalo con un adhesivo o pegatina cada vez que logre mantener la calma. Ofrécele una recompensa cuando haya acumulado 4 o 5 pegatinas, por ejemplo.

Aumenta su sentido de la responsabilidad Si la agresión de tu hijo daña la propiedad de alguien o causa un estropicio, debería ayudar a arreglarlo. Puede ayudar a arreglar un juguete roto, por ejemplo, o a recoger las galletas del piso o los bloques de construcción que tiró en un momento de enojo. No lo hagas como un castigo, sino como la consecuencia natural de un acto agresivo; algo que cualquiera tendría que hacer si rompiera algo.

Asegúrate también de que tu hijo comprenda que necesita pedir disculpas, incluso aunque tengas que llevarlo de la mano hasta la persona que ofendió y decirlo por él. Sus disculpas pueden parecerte poco sinceras al principio, pero a la larga aprenderá la lección.

Limita el tiempo que pasa viendo televisión Los dibujos animados aparentemente inocentes y otros programas de televisión están a menudo llenos de gritos, amenazas y violencia. Así que procura 
vigilar los programas que ve tu hijo, viéndolos con él, sobre todo si tiene tendencia a la agresión.

La Academia Estadounidense de Pediatría recomienda que los padres seleccionen programas de calidad, apropiados a la edad de los niños, y que limiten el tiempo que sus hijos pasan ante las pantallas de televisión y otros dispositivos, a no más de una hora al día. También piden que los padres vean los programas con sus hijos y les hablen acerca de lo que están viendo.

No temas pedir ayuda Algunos niños tienen más problemas con la agresión que otros. Si el comportamiento agresivo de tu hijo es frecuente y grave, interfiere en sus estudios u otras actividades organizadas, y tiene como resultado que ataque físicamente a otros niños o adultos, habla con la enfermera o el médico.

Juntos pueden tratar de llegar al fondo del problema y ver si hace falta la intervención de un psicólogo o psiquiatra. A veces hay un problema de aprendizaje o de conducta detrás de la frustración y el enojo; otras, el problema está relacionado con cuestiones familiares o emocionales. No importa cuál sea el origen del problema, el psicólogo o terapeuta ayudará a tu niño a manejar las emociones que suelen generar su agresividad, para que futuramente aprenda a controlarlas.

Es muy poco probable que necesites ayuda profesional, pero si tu hijo la necesita, es un alivio saber que no tienes que resolver el problema tú sola. Recuerda que tu hijo es pequeño, con una guía apropiada y mucha paciencia, es muy posible que las agresiones queden pronto en el pasado



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